Por Fabrizio Zotta
A 30 años de la muerte de Borges (Parte I)
I.
El 14 de junio se cumplirán 30 años de la muerte de Jorge Luis Borges. Habrá notas sobre su vida –y algunas menos sobre su obra- en todos lados. Es que el periodismo ha reducido, últimamente, al escritor a un conjunto de anécdotas simpáticas sobre sus chistes, sus costumbres modestas, su ironía con quienes lo abordaban con alguna pregunta improvisada, su timidez, y un sinfín de detalles algo menores; pero salvo en foros especializados, la atención ya no está puesta en su obra. Borges decía que buscaba ser olvidado, pero el destino – y supongo que hoy se lo reprocharía- fue poniendo en relieve minucias que no debieran importar a nadie. Por eso, Las cosas que digo de junio estarán dedicadas a Borges, pero no para contar que no le gustaba el futbol, o que pasó su noche de bodas en la casa de su madre, sino para homenaje de lo que hizo, y no de quién era.
II.
Ni laberintos, ni espejos. Tampoco el placer de caminar descalzo, comer helado o dormir menos para disfrutar más de la vida. Los dos primeros son siempre los elegidos para describir “los temas” de Borges. Los segundos son esos poemas de nenas de 14 que aún le siguen endilgando en Internet. En sus cuentos y poemas, Borges habla de espejos, habla de laberintos, habla de tigres, habla de la eternidad, habla de literatura, habla amor, habla del universo. Pero no siempre los recursos del escritor se convierten en toda una literatura, eso es confundir la sustancia con el procedimiento, como hubiera escrito él mismo.
Hay, sin embargo, grandes núcleos que sintetizan “los temas” de su obra, y que –al despojar los textos de los artificios del estilo, las citas apócrifas, y todo su andamiaje creativo- allí se encuentran: preocupaciones transversales. Una de ellas es el lenguaje, quizá el gran tema del escritor. La problematización de la palabra en relación a los objetos del mundo, el problema de la representación. Los mencionados espejos y laberintos son problemas de la representación y no objetos de culto del escritor. El tiempo, los límites de la creación, lo sucesivo, lo indeterminado, son trampas de lo irrepresentable, lo que no podemos abordar desde el habitual orden de nuestro pensamiento, sino que requiere partir de otros parámetros, de otras convenciones, para buscar otros fines.
Al plasmar la dinámica de los sentidos que las cosas generan en los sujetos, la posibilidad de un mundo único, real y ordenado se aleja cada vez más, y esto abre todas las posibilidades literarias. Ese es el esquema de lo fantástico en Borges. Una vez abandonado el interés inicial en las complejidades del estilo, y lo que una literatura argentina podía (y debía) aportar al canon literario global, (“El escritor argentino y la tradición”), Borges construye las ficciones desde la problematización de los puntos de partida con los que entendemos el mundo, y así, la riqueza es inagotable.
El problema que atraviesa la obra de Borges es el duelo fatal entre el realismo y el idealismo, una batalla filosófica que lleva 25 siglos, y que él no resuelve, sino que disfruta de tensionarla a fuerza de invenciones, artificios, engaños, parábolas; con lo evanescente de lo literario y, fundamentalmente, con la belleza.
Ante el temor de acercarse a su obra debe recordarse una sola cosa, que él mismo se encarga de puntualizar, de mil maneras distintas, y en muchos pasajes: “No hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo.”
Allí están todas las posibilidades: una de las formas más preciosas de la libertad.